En América Latina no hay guerras al comenzar el Siglo XXI, pero las muertes por la violencia causan tantos hombres muertos, producen tantas mujeres viudas y dejan tantos niños huérfanos, como en los enfrentamientos armados que la televisión nos muestra que ocurren en otros lados del planeta. Y, en algunos casos, los daños son todavía mayores: las muertes que se podían contar después de un fin de semana normal en Caracas, Medellín o São Paulo, eran más que las que ocurrían en Kosovo durante la guerra; o son más que las víctimas de las infinitas retaliaciones del Medio Oriente. Y también, en otros casos, la paz que siguió a la guerra deja más muertos que los enfrentamientos entre el ejército y la guerrilla. La situación es novedosa y retadora para la sociología .La violencia es la primera causa de muerte entre las personas jóvenes y productivas que tienen entre 15 y 44 años de edad (WHO, 1999). En Colombia, entre 1985 y 1994, se duplicó el número total de viudas, mientras
que los viudos apenas aumentaron levemente, pues son viudas de la violencia y los hombres son sus víctimas principales. Y los huérfanos, que para 1985, calculaban en 43 mil niños, se incrementaron a 73 mil huérfanos en 1994. (Rubio, 2000, p. 124-125). En El Salvador, Centroamérica, el gobierno y la guerrilla con mediación internacional, pusieron fin a una guerra interna muy cruenta, pero la tasa de homicidios se incrementó de 72 a 139 homicidios por cada cien mil habitantes entre 1990 y 1995 (Cruz, Trigueros y González, 2000). En América Latina encontramos más muertes en la calma de la paz que en las tormentas de la guerra.
La violencia no ha sido ajena a los procesos de cotidianidad o transformación social de América Latina: violenta fue la conquista, violento el esclavismo, violenta la independencia, violentos los procesos de apropiación de las tierras y de expropiación de los excedentes. Pero en la actualidad hablamos de un proceso distinto, singular, y que se refiere a la violencia delincuencial y urbana. Ciertamente la violencia política ha estado presente en la región, la represión militar de los gobiernos dictatoriales del Cono Sur o Centroamérica; las luchas guerrilleras recientes en Perú, Colombia o México; las tradicionales acciones de los “coroneles”, los señores de la tierra, del nordeste de Brasil o las acciones de los paramilitares en Urabá, Colombia, son una muestra fehaciente de ello. Pero, cuando uno observa las tasas de homicidios para todos estos países hasta comienzos de los años ochenta y lo que después ocurre, la situación no es comparable, no tiene la gravedad que después muestra, justamente cuando desaparecen las dictaduras, amainan las guerrillas y se decreta la paz y la democracia.
Se trata entonces de una violencia distinta. Una violencia que podemos calificar de social, por expresar conflictos sociales y económicos; pero no de política, pues no tiene una vocación de poder. Una violencia que no tiene su campo privilegiado de acción en las zonas rurales, sino en las ciudades y, sobretodo, en las zonas pobres, segregadas y excluidas de las grandes ciudades, donde a veces como en los pistoleros de Brasil se trasladan prácticas rurales a la vida urbana (Barreira, 1998). Y todo esto ocurre a partir de los años ochenta, pues es desde mediados de la “década perdida” cuando, entodos los países de los cuales se dispone información confiable, se incrementóla violencia. Los crímenes violentos aumentan tanto en aquellos países conmuy bajas tasas de homicidios – como Costa Rica o Argentina – hasta losotros que ya las tenían muy altas – como Colombia o El Salvador.
Comprender esta realidad implica pasearse por diversos aspectos ydimensiones del problema y de las transformaciones que en la situación
social se han venido dando en América Latina.
que los viudos apenas aumentaron levemente, pues son viudas de la violencia y los hombres son sus víctimas principales. Y los huérfanos, que para 1985, calculaban en 43 mil niños, se incrementaron a 73 mil huérfanos en 1994. (Rubio, 2000, p. 124-125). En El Salvador, Centroamérica, el gobierno y la guerrilla con mediación internacional, pusieron fin a una guerra interna muy cruenta, pero la tasa de homicidios se incrementó de 72 a 139 homicidios por cada cien mil habitantes entre 1990 y 1995 (Cruz, Trigueros y González, 2000). En América Latina encontramos más muertes en la calma de la paz que en las tormentas de la guerra.
La violencia no ha sido ajena a los procesos de cotidianidad o transformación social de América Latina: violenta fue la conquista, violento el esclavismo, violenta la independencia, violentos los procesos de apropiación de las tierras y de expropiación de los excedentes. Pero en la actualidad hablamos de un proceso distinto, singular, y que se refiere a la violencia delincuencial y urbana. Ciertamente la violencia política ha estado presente en la región, la represión militar de los gobiernos dictatoriales del Cono Sur o Centroamérica; las luchas guerrilleras recientes en Perú, Colombia o México; las tradicionales acciones de los “coroneles”, los señores de la tierra, del nordeste de Brasil o las acciones de los paramilitares en Urabá, Colombia, son una muestra fehaciente de ello. Pero, cuando uno observa las tasas de homicidios para todos estos países hasta comienzos de los años ochenta y lo que después ocurre, la situación no es comparable, no tiene la gravedad que después muestra, justamente cuando desaparecen las dictaduras, amainan las guerrillas y se decreta la paz y la democracia.
Se trata entonces de una violencia distinta. Una violencia que podemos calificar de social, por expresar conflictos sociales y económicos; pero no de política, pues no tiene una vocación de poder. Una violencia que no tiene su campo privilegiado de acción en las zonas rurales, sino en las ciudades y, sobretodo, en las zonas pobres, segregadas y excluidas de las grandes ciudades, donde a veces como en los pistoleros de Brasil se trasladan prácticas rurales a la vida urbana (Barreira, 1998). Y todo esto ocurre a partir de los años ochenta, pues es desde mediados de la “década perdida” cuando, entodos los países de los cuales se dispone información confiable, se incrementóla violencia. Los crímenes violentos aumentan tanto en aquellos países conmuy bajas tasas de homicidios – como Costa Rica o Argentina – hasta losotros que ya las tenían muy altas – como Colombia o El Salvador.
Comprender esta realidad implica pasearse por diversos aspectos ydimensiones del problema y de las transformaciones que en la situación
social se han venido dando en América Latina.
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