La disponibilidad de armas de fuego
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, el 63% de los homicidios que ocurren en el mundo son ocasionados por armas de fuego, pero esta cifra es muy superior en América Latina, donde supera al 80% y en algunos países como Venezuela es mayor del 90% (WHO, 1999; Londoño y Guerrero, 2000).
La difusión de armas de fuego ligeras entre la población de América Latina ha crecido de una manera impresionante en los últimos veinte años.En algunos países existe un libre mercado de armas de fuego, en otros hay mayores restricciones, pero muchas de las armas que estuvieron en manos de la guerrilla pasaron a usuarios privados y a la delincuencia común. Los comerciantes de la droga se encargaron también de entregar armas a sus distribuidores como parte de los pagos y como un medio de defensa de sus territorios. Y los ciudadanos honestos también decidieron armarse para defender
sus propiedades y sus familias, y si bien las cifras reales son muy difíciles de obtener, una encuesta del año 1997 mostraba que el 23% de los habitantes de Cali y de San José de Costa Rica, o el 28% de los habitantes de Santiago de Chile, tendrían un arma de fuego si pudieran (Activa, 1998).
Los mercados de las armas son muy complejos y se vinculan con un comercio y una industria que tienen muchas ramificaciones en la sociedady los negocios. Países de Europa, muy estrictos con el porte de armas a sus ciudadanos, se niegan a imponer control a las exportaciones de pistolas y revólveres de sus industrias para otros países; se supone que las venden aempresas “serias”, pero luego pasan al mercado negro de armas en el mundo y, en su fases finales, involucran a las policías o ejércitos locales quienes se convierten en los principales contrabandistas de armas. Al final, todo el mundo que quiere puede adquirir un arma para delinquir o defenderse, y, quien no puede comprarla, tal y como ocurre en Caracas, le es posible alquilarla por un fin de semana.
Lo que tiene de singular la violencia de América Latina, como también de los Estados Unidos de América y del mundo contemporáneo, no es la existencia de más delitos ni de mayores conflictos interpersonales, sino la letalidad de dicha violencia. Es decir, no se trata de que la gente pelea más, sino que se mata más (Zimring & Hawkins, 1997). Y la letalidad esta intrínsecamente relacionada con la posesión de armas de fuego que son capaces de asesinar mucho más fácilmente que las armas blancas. Pero el arma tiene además de su función utilitaria una función simbólica importante. El arma representa la masculinidad, el valor y la capacidad de defenderse y demostrar su hombría y su coraje entre los jóvenes. Es muy relevante señalar que cerca del 90% de las víctimas de homicidios son hombres. Son los hombres quienes en la construcción cultural de su masculinidad le corresponde el rol de osados y valientes y donde la conductade evitación del conflicto es identificada claramente como un rasgo femenino que ningún hombre debiera imitar si desea seguir considerado como tal entre sus pares (Márquez, 1999; Zubillaga y Briceño-León, 2001).
Buena parte de la violencia urbana debemos atribuirla a estas dimensiones culturales de la masculinidad. Sobre todo esto se vuelve aun más marcado entre los adolescentes quienes se encuentran en una fase de definición de su identidad y que, por lo tanto, son más vulnerables a este tipo de valores, pues deben sistemáticamente demostrar que no son más niños, sino hombres, aun a costa del riesgo de morir o matar por cualquier trivialidad.
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