Que los niños llevan a cabo trabajos impropios de su edad y en condiciones indignas es un hecho innegable y bien conocido. El comercio de niños es también un hecho, pero más complejo y menos conocido. Cubre realidades múltiples: desde los niños sudaneses esclavizados por milicias étnicas o islámicas, con apoyo del ejército, para debilitar a las etnias que luchan contra el gobierno o como represalia contra ellas, hasta las “esposas” de los guerrilleros, raptadas de sus hogares y asignadas a combatientes de movimientos rebeldes. Están los niños soldados, que sirven como espías, para el transporte, para detectar minas y para asegurar toda clase de servicios en los cuerpos armados. También se les utiliza como carne de cañón. Hay niños que trabajan en explotaciones agrícolas, en minas, en la elaboración de tapices y de material deportivo, en el servicio doméstico, en la prostitución, etc.
Tampoco está claro el concepto de tráfico de niños. El niño puede viajar acompañado de un pariente o amigo de la familia. Puede haber sido encomendado por los padres o parientes a una persona allegada, caso éste tradicionalmente aceptado y frecuente. La desintegración de la familia tradicional y la pandemia del SIDA ha dejado a muchos niños huérfanos y desatendidos. Hay países en Africa en donde un 10% de los niños son huérfanos de padre y madre y un 20% son huérfanos de padre o madre. En el contexto de la familia tradicional un niño que perdía a sus padres tenía asegurado un padre o una madre en la familia extensa. Actualmente las relaciones con tíos, primos y parientes más o menos lejanos son flojas. Los niños quedan casi abandonados a su suerte. En las grandes aglomeraciones de África se da el fenómeno reciente y cada vez más extendido de “los niños de la calle” que se organizan en bandas y sobreviven de rapiñas o trabajando en el sector informal. La familia extensa se responsabiliza cada vez menos de ellos.
La demanda de trabajo infantil mal pagado, las condiciones de vida de estas criaturas y la existencia de organizaciones que aseguran su transporte a los países que absorben esta mano de obra explican en gran medida el tráfico de niños. Los parientes concernidos se dejarán fácilmente convencer por una suma moderada de dinero y la promesa de mejores condiciones de vida y de trabajo para sus hijos, con posibilidad de educación. A veces la cesión del niño se presenta como un contrato de trabajo, el dinero que se da a los parientes o tutores se presenta como un avance del salario que percibirá el niño y se sugiere que continuará enviando sus ahorros a la familia.
La raíz más profunda de la esclavitud infantil es la pobreza aplastante que sufre el continente africano y tantas otras regiones del hemisferio Sur. Más de tres mil millones de seres humanos viven con menos de dos dólares por día y mil doscientos millones sobreviven con un dólar y con menos de un dólar por día. En África más de la mitad de la población vive en condiciones de pobreza extrema. Cuarenta y ocho ( de los cincuenta y cuatro) países del continente africano disponen de una renta total apenas superior a la de Bélgica. Las hambrunas son endémicas: el organismo de las Naciones Unidas Alimentación y Agricultura nos informa que 28 millones de africanos se verán afectados por una severa carestía de alimentos durante este año. Gran parte de la población del continente vive en condiciones de inseguridad debido a los conflictos armados. Todo esto, repito, constituye la causa más profunda del fenómeno de los niños esclavos. Los padres o quienes, en principio, ejercen la tutela sobre estos niños no pueden alimentarlos ni cuidar de ellos. Cederlos, aunque sea para trabajos duros y ocupaciones abyectas, aparece como una salida de una situación desesperada.
El fenómeno de los niños esclavos parece estar bastante extendido en Africa Occidental y Central. Se ha avanzado la cifra de 200.000 niños esclavos en el continente. En África las estadísticas no suelen ser muy precisas y en casos como el que nos ocupa son difíciles de establecer, entre otras razones porque el término “niños esclavos” cubre realidades bastante dispares, como ya hemos señalado. Al parecer estos niños proceden sobre todo de Benín, Burkina Faso, Malí, y Togo. Se consideran países “receptores” la Costa de Marfil, Gabón, Nigeria y Camerún.
Se trata de un fenómeno reciente. En Africa la esclavitud es una realidad muy antigua que se perpetuó cuando ya había desaparecido de Occidente y que, de manera marginal, ha sobrevivido hasta nuestros días. Las personas se veían reducidas a esclavitud por diferentes razones: por haber nacido esclavo, por ciertos crímenes y delitos, etc. Igualmente eran reducidos a esclavitud los prisioneros de guerra. A causa de la gran demanda de esclavos que supuso el comercio trasatlántico, se hicieron guerras para cazar esclavos. Pero jamás un clan africano vendió a sus hijos. Los niños eran considerados por la familia como lo más deseable y la fertilidad como el valor supremo. Sin la desintegración que ha sufrido la familia tradicional africana y sin la pobreza que aqueja a la mayor parte de su población el fenómeno de los niños esclavos hubiera sido inconcebible. Podemos también decir que en África, como en todas las sociedades agrícolas, a los niños se les asignaban ciertos trabajos. Cuidar el ganado, recoger leña para el fuego, ir a buscar agua, ayudar en los quehaceres domésticos y en la agricultura familiar eran tareas en las que participaban y aún hoy participan los niños. Pero eran trabajos proporcionados a sus fuerzas y realizados en la familia y para la familia.
Los gobiernos africanos son conscientes del problema. En 1998 se celebró en Cotonou (Benín) un encuentro de estudio sobre el trabajo infantil y sus consecuencias. En enero de 2000 se llevó a cabo en Libreville (Gabón) una consulta regional en la que los países más directamente concernidos se ocuparon del tema. Se decidió establecer un cuadro jurídico e institucional que permita hacer frente a estos abusos. Existen convenciones internacionales, como la 128 de la Organización Mundial del trabajo que prohíbe las peores formas de trabajo infantil como el trabajo en las minas, en las plantaciones y la prostitución. Pero estas convenciones son inoperantes si no existe una legislación a escala nacional. Algunos de estos abuso no son ni tan siquiera ilegales ya que no existe una legislación sobre el particular. En los encuentros de Libreville se decidió también estudiar el problema más a fondo ya que no se tiene un conocimiento suficiente de todas sus implicaciones. Finalmente se decidió establecer una cooperación entre los gobiernos para luchar contra comercio de niños. Quizás los recientes acontecimientos en torno al buque “negrero” Etireno tengan algo que ver con esta cooperación entre estados, aunque la denuncia parece haber emanado de UNICEF.
¿Cuál es nuestra responsabilidad en este asunto y qué podemos hacer? El gobierno británico ha pedido a las empresas alimenticias de su país que controlen si el cacao que importan procede de explotaciones agrícolas en las que trabajan niños esclavos. Esta advertencia es, en sí, muy significativa. Es muy improbable que haya empresas occidentales que utilicen esta mano de obra. No es tan improbable que existan inversiones occidentales que se beneficien de ella. Algunas multinacionales tienen subcontratos con empresas locales que ellas sí utilizan mano de obra infantil, aunque no corresponda al concepto preciso de esclavitud. En todo caso somos corporativamente responsables de que la pobreza siga aumentando a un ritmo aterrador en el hemisferio Sur y particularmente en África. Es en esta pobreza generalizada e institucionalizada en donde hay que buscar las raíces del problema. Es en una lucha sincera contra este tipo de pobreza donde debemos buscar la solución. Nuestros gobiernos han afirmado en repetidas ocasiones su voluntad de reducir la pobreza en un 50% de aquí al año 2015. Todo parece indicar que estos buenos propósitos no se están cumpliendo. La sociedad civil ha demostrado en más de una ocasión que puede influenciar a gobiernos, a instituciones financieras internacionales y a empresas multinacionales. Empeñémonos una vez más en esta empresa.
Bartolomé Burgos
Director de CIDAF.
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