María Antonia Miranda González Publicado en CubaLiteraria
La violencia contra la mujer ha sido un tema que en los últimos tiempos ha logrado no solo acrecentar el número de mujeres subordinadas a ella, sino que paralelamente ha incrementado la cantidad de mujeres y hombres conscientes del fenómeno, las mujeres que luchan por salirse de la violencia y los y las investigadoras, tanto clínicos como sociales, que han visibilizado y aportado herramientas para la crítica y enfrentamiento al problema; creando de este modo una red de acción que en Cuba todavía constituye una suerte de esfuerzos fragmentados, en estudios de caso por un lado, en cuanto a aproximaciones teóricas (que verdaderamente profundizan en la temática), e intervenciones comunitarias exitosas, con los talleres de transformación barrial junto a los cuales trabajan diferentes ONGs, en el plano de la práctica social.
Aunque el historial del tema ha sufrido de fricciones y numerosos obstáculos, la concientización de su importancia, unida a una apertura que implica trabajar en lo que nos afecta como sociedad no exenta de conflictos, hace que cada vez más crezcan las personas, grupos e instituciones interesados en aportar sus recursos a la futura eliminación del problema.
La violencia implica la existencia de un arriba y un abajo reales o simbólicos, y va de quien detenta el poder hacia quien no lo posee, se da en roles complementarios tales como esposo-esposa, profesor-alumno, padre-hijo.
La violencia contra la mujer es una violencia basada en el género, e implica todo acto de agresión física, psicológica y emocional que atente contra la mujer, así como sobre su libertad y autonomía, por el hecho de pertenecer al género femenino.
Existen mitos, alrededor de sus causas, ligados al consumo de alcohol y sustancias tóxicas como drogas, pero los especialistas coinciden en que más bien el alcohol y las drogas son justificaciones que usa el perpetrador para pulgar su responsabilidad y excusar lo que es una conducta cada vez menos relacionada a enfermedades, o conductas patológicas como psicosis. Tampoco son ciertos los planteamientos de que el fenómeno solo ocurre en clases bajas o en individuos en desventaja social, y que el clima violento es mantenido indefinidamente ya que violencia y amor coexisten en la complejidad de las relaciones humanas. Tampoco es cierto que a las mujeres les gusta que las golpeen y que su mayor anhelo es que las violen, aunque el sadomasoquismo existe no se contempla como generalización para todas, y sale del marco de la violencia cuando es un arreglo consciente y convenido entre una pareja que acceda voluntariamente a este tipo de relación. Sin embargo esto es criticable desde el punto de vista que implica la desigualdad de poderes y fuerza física entre hombres y mujeres y las violaciones de los convenios a largo plazo, así como la visión patriarcal de las mujeres como objetos extrañamente dotados de pensamiento. Aún el sadomasoquismo con el consentimiento de las partes implicadas no escapa de la violencia simbólica aunque implique el disfrute de la violencia física.
Haciendo una lectura comentada de uno de los epígrafes de El capital de Carlos Marx alguien hizo hincapié en la frase: entre dos con iguales derechos impone su voluntad el más fuerte. Aunque la violencia se haya muy ligada en nuestras mentes a la fuerza física, con mayor frecuencia escuchamos hablar de violencia sutil o simbólica, de violencia emocional, psicológica, institucional incluso económica.
La sutil o simbólica es aquella que incorporamos con mayor facilidad por ser inherente a los procesos dentro de los cuales nos desarrollamos como actores sociales, es una violencia sutil de difícil visivilización porque es parte de nuestra cultura, y es inherente a los estereotipos según los cuales somos identificados y reconocidos como sujetos de género, hombres, mujeres u otros. Es la violencia inscrita en los roles de mayor prestigio para hombres y de subordinación para las mujeres, es la violencia fomentada por el patriarcado que rechaza a homosexuales y sujetos que no se sientan identificados con los polos binarios de lo femenino y lo masculino.
Para detectar esta violencia, es necesaria la perspectiva de género, dado da cuenta de las diferencias de hombres y mujeres, de las características de su relación y del carácter histórico y de construcción social de las desigualdades entre ellos.
Parte de la violencia sutil es la naturalización que se hace de las inequidades, apoyadas en la biología para legitimar determinadas formas de maltrato o el merecimiento de la subordinación por carecer de algunos atributos como madurez, inteligencia y lógica masculina para que, en este caso las mujeres, puedan enfrentar por sí solas la vida.
Las violencias emocional y psicológica se diferencian entre sí porque en la primera no hay antecedente de maltrato físico, y en la segunda, los gritos, insultos, descalificaciones reactivan la memoria del golpe o agresión sexual entre otras de carácter físico.
La económica hace referencia a la mantención de la mujer bajo un estado económico dependiente impidiéndosele el acceso a un trabajo e ingresos personales y negándole a la vez apoyo y ayuda en los gastos domésticos y relativos a su persona, manteniéndola con el mínimo indispensable, haciendo que padezca hambre y otro tipo de necesidades pero incapacitándola a la vez de recurrir a la ayuda de otro familiar porque se le hace consciente de que otro no tiene por qué mantenerla.
La violencia institucional es aquella que proviene de grupos e instituciones que supuestamente deberían ayudar a la mujer y en lugar de esto provocan un reforzamiento y una revictimización de la situación de maltrato con la que venía de antes agravando sus consecuencias. Dentro de las mismas se encuentran los servicios zonales, los CDR, la policía, el sistema penal, la comunidad de vecinos, etc.
Las mujeres soportan estas formas de violencia no de manera aislada, casi siempre el maltrato físico viene acompañado del psicológico. Aunque es menor el número de mujeres que no trabajan y son mantenidas por sus maridos, la violencia económica persiste en el no reconocimiento social del trabajo doméstico que se realiza en el hogar, como trabajo; y en la persistencia del modelo según el cual las mujeres gastan todo su salario en función del cuidado de los familiares, alimentación, y otras necesidades mientras que los hombres solo emplean una parte de los mismos para estas tareas y el resto se lo quedan para cubrir gastos personales. A muchas de estas mujeres les ha tocado además soportar la indiferencia de social, dado que en nuestro país se ven los asuntos privados y de pareja como un espacio donde no se debe intervenir así esté en juego la vida de un ser humano.
Muchas personas no pueden entender por qué las mujeres siguen dentro del marco de la violencia, continúan conviviendo con el agresor y no ponen fin a su historia de maltrato.
Y esto tiene su explicación en que todas estas combinaciones de diferentes formas de violencia incluyen además el confinamiento de la mujer dentro del espacio privado haciendo que corte las relaciones íntimas de amistad con familiares y amigos/as por miedo al agresor, y que cuente dentro de un espacio afectivo reducidísimo con el único contacto humano de su victimario, a través del cual intenta realizarse como persona, complacer sus gustos para no desencadenar ninguna molestia que repercuta en nuevas formas de hechos maltratantes. Es incapaz de darse cuenta de que el victimario siempre encontrará la excusa para descargar sobre ella cualquier malestar provocado o no por su acción, “justificado” por el alcohol, alguna droga, por psicosis, ya cada vez más descartada; el agresor hombre se siente en posesión de un objeto que le pertenece y sobre el cual puede hacer su voluntad, tal vez transfiere hacia la misma, la historia de maltrato que presenció en su infancia, porque la violencia es aprendida.
Otros elementos que explican cómo las mujeres maltratadas prefieren seguir viviendo con el perpetrador, son los síndromes entre los cuales se encuentran el "Estocolmo" y de "Superman y Cenicienta". El primero hace referencia al instinto de supervivencia que hace que estas mujeres en defensa propia se unan más al maltratador llegando a solidificar el afecto que sienten por él así como intentar conseguir el amor del mismo para evitar el maltrato. El segundo hace referencia a como estas mujeres se ven a sí mismas insignificantes en comparación con su pareja, al cual otorgan un grupo de poderes aplastantes y subyugantes al mismo tiempo.
Las mujeres se encuentran entonces dentro del ciclo cerrado que cada vez se va estrechando hasta reducir su diámetro a una pérdida más peligrosa que todas las que sufrieron antes y es la pérdida de sí mismas. El ciclo de la violencia ocurre en diferentes fases conocidas como la de acumulación de tensión, agresión, y luna de miel. Cada ciclo que se repite va recortando el período de tiempo de la acumulación de tensión, extendiendo el de las agresiones, y minimizando el de la luna de miel hasta simplemente hacerlo desaparecer enfermando a la mujer gravemente incluso provocando su muerte.
Pero antes del primer empujón violento o bofetada, las mujeres dejan pasar, por no advertir como peligrosas, otras formas de violencia más aceptadas social y culturalmente que las va haciendo vulnerables a otras formas más cruentas. Dentro de la combinación amor, respeto y roles asignados las educan para dejar de ser para sí mismas y empezar a ser para los otros. Muchas acostumbradas al machismo, al patriarcado, no ven mal que sus maridos no las dejen usar determinado tipo de ropa, escojan sus libros, sus amistades les prohíban visitar determinados lugares o personas, muchas hasta saltan de felicidad cuando les proponen que no trabajen porque ellos pueden mantenerlas, para que sean las reinas de la casa. Y se van quedando reinas del fogón, apagadas y asombradas del primer ataque físico.
Sin embargo, parece haber consenso en ir dejando de tratar a las mujeres subordinadas mediante las distintas formas de violencia en términos de víctimas. Porque es un término que clasifica a la mujer en una postura pasiva, de que ya no queda nada por hacer, de que haga lo que haga por revertir su situación siempre será recordada como la víctima. Recordemos que estas mujeres se han perdido a sí mismas, y el primer paso hacia la ruptura con la situación de violencia es el autoreconocimiento por parte de estas de que están viviendo con un problema y que lejos de ser solo las víctimas, tienen que recuperar el sentido de la responsabilidad sobre ellas mismas, lo que quiere decir que tienen que empoderarse, y eso no significa que lo tengan que hacer solas, al contrario. Significa que tienen que reconocer su situación ante los demás de quienes se fueron apartando y que son la red social con la que debían haber contado para hacerse fuertes. Porque la violencia no es un problema individual, más bien descansa precisamente en un sistema cultural que pone a los hombres por encima de las mujeres en una jerarquía sexista de asimetrías de poder construida socialmente, y cuya fortaleza radica en su longevidad, y en la creencia sostenida de su carácter natural, de modo tal que la naturaleza “definió” que unas fueran débiles y otros fuertes. Cuando en realidad gracias a los mecanismos de dominación patriarcal, la cultura y sus agentes de socialización, fueron multiplicando de generación en generación las estructuras mentales y las instituciones sociales que reproducen la subordinación, y por tanto la violencia.
Aún cuando encontremos mujeres que golpeen a sus maridos, la violencia sigue siendo patriarcal porque no importa tanto el sexo del perpetrador como las construcciones de género a las que responde en el ejercicio de la misma y estas son, precisamente, de origen patriarcal; de modo tal que algunos estereotipos masculinos como la agresividad se concreten en las personas reales de carne y hueso y puede que en personas de sexo femenino, sin embargo cuando se analiza por qué las mujeres golpean, en los estudios de caso encontramos que casi siempre es en respuesta a una agresión no contra ellas mismas, sino contra sus hijos/as; otras mujeres golpean cuando el hombre no es proveedor de la familia como se espera desde las asignaciones de carácter androcéntrico. Esta respuesta agresiva continúa siendo de origen patriarcal ya que este es el sistema que ordena un estado de cosas donde tanto hombres como mujeres pueden entenderse como víctimas.
Este fenómeno no es un problema individual de cada mujer violentada, no es un problema individual para nada, y por tanto su solución escapa a los esfuerzos individuales aislados. Es necesaria y urgente una articulación sistémica entre los distintos factores involucrados, entre los distintos agentes de socialización con sus diferentes cuotas de poder y de acción, de forma tal que exista un tratamiento coherente y sean menos las contradicciones. Por ejemplo, la familia y la escuela a veces compiten entre sí enfrentado distintos discursos y ejemplos porque participan de cuotas de poder y prestigio muy parecidas, sin embargo los medios de comunicación están en una posición diferente y más privilegiada, llegan a todos y a todas, desde los medios, desde la divulgación del problema se puede iniciar una articulación coherente que acabe por definir en nuestro panorama la forma de esos esfuerzos desconectados: en estudios de casos por un lado y en intervenciones comunitarias por otro.
La violencia contra la mujer ha sido un tema que en los últimos tiempos ha logrado no solo acrecentar el número de mujeres subordinadas a ella, sino que paralelamente ha incrementado la cantidad de mujeres y hombres conscientes del fenómeno, las mujeres que luchan por salirse de la violencia y los y las investigadoras, tanto clínicos como sociales, que han visibilizado y aportado herramientas para la crítica y enfrentamiento al problema; creando de este modo una red de acción que en Cuba todavía constituye una suerte de esfuerzos fragmentados, en estudios de caso por un lado, en cuanto a aproximaciones teóricas (que verdaderamente profundizan en la temática), e intervenciones comunitarias exitosas, con los talleres de transformación barrial junto a los cuales trabajan diferentes ONGs, en el plano de la práctica social.
Aunque el historial del tema ha sufrido de fricciones y numerosos obstáculos, la concientización de su importancia, unida a una apertura que implica trabajar en lo que nos afecta como sociedad no exenta de conflictos, hace que cada vez más crezcan las personas, grupos e instituciones interesados en aportar sus recursos a la futura eliminación del problema.
La violencia implica la existencia de un arriba y un abajo reales o simbólicos, y va de quien detenta el poder hacia quien no lo posee, se da en roles complementarios tales como esposo-esposa, profesor-alumno, padre-hijo.
La violencia contra la mujer es una violencia basada en el género, e implica todo acto de agresión física, psicológica y emocional que atente contra la mujer, así como sobre su libertad y autonomía, por el hecho de pertenecer al género femenino.
Existen mitos, alrededor de sus causas, ligados al consumo de alcohol y sustancias tóxicas como drogas, pero los especialistas coinciden en que más bien el alcohol y las drogas son justificaciones que usa el perpetrador para pulgar su responsabilidad y excusar lo que es una conducta cada vez menos relacionada a enfermedades, o conductas patológicas como psicosis. Tampoco son ciertos los planteamientos de que el fenómeno solo ocurre en clases bajas o en individuos en desventaja social, y que el clima violento es mantenido indefinidamente ya que violencia y amor coexisten en la complejidad de las relaciones humanas. Tampoco es cierto que a las mujeres les gusta que las golpeen y que su mayor anhelo es que las violen, aunque el sadomasoquismo existe no se contempla como generalización para todas, y sale del marco de la violencia cuando es un arreglo consciente y convenido entre una pareja que acceda voluntariamente a este tipo de relación. Sin embargo esto es criticable desde el punto de vista que implica la desigualdad de poderes y fuerza física entre hombres y mujeres y las violaciones de los convenios a largo plazo, así como la visión patriarcal de las mujeres como objetos extrañamente dotados de pensamiento. Aún el sadomasoquismo con el consentimiento de las partes implicadas no escapa de la violencia simbólica aunque implique el disfrute de la violencia física.
Haciendo una lectura comentada de uno de los epígrafes de El capital de Carlos Marx alguien hizo hincapié en la frase: entre dos con iguales derechos impone su voluntad el más fuerte. Aunque la violencia se haya muy ligada en nuestras mentes a la fuerza física, con mayor frecuencia escuchamos hablar de violencia sutil o simbólica, de violencia emocional, psicológica, institucional incluso económica.
La sutil o simbólica es aquella que incorporamos con mayor facilidad por ser inherente a los procesos dentro de los cuales nos desarrollamos como actores sociales, es una violencia sutil de difícil visivilización porque es parte de nuestra cultura, y es inherente a los estereotipos según los cuales somos identificados y reconocidos como sujetos de género, hombres, mujeres u otros. Es la violencia inscrita en los roles de mayor prestigio para hombres y de subordinación para las mujeres, es la violencia fomentada por el patriarcado que rechaza a homosexuales y sujetos que no se sientan identificados con los polos binarios de lo femenino y lo masculino.
Para detectar esta violencia, es necesaria la perspectiva de género, dado da cuenta de las diferencias de hombres y mujeres, de las características de su relación y del carácter histórico y de construcción social de las desigualdades entre ellos.
Parte de la violencia sutil es la naturalización que se hace de las inequidades, apoyadas en la biología para legitimar determinadas formas de maltrato o el merecimiento de la subordinación por carecer de algunos atributos como madurez, inteligencia y lógica masculina para que, en este caso las mujeres, puedan enfrentar por sí solas la vida.
Las violencias emocional y psicológica se diferencian entre sí porque en la primera no hay antecedente de maltrato físico, y en la segunda, los gritos, insultos, descalificaciones reactivan la memoria del golpe o agresión sexual entre otras de carácter físico.
La económica hace referencia a la mantención de la mujer bajo un estado económico dependiente impidiéndosele el acceso a un trabajo e ingresos personales y negándole a la vez apoyo y ayuda en los gastos domésticos y relativos a su persona, manteniéndola con el mínimo indispensable, haciendo que padezca hambre y otro tipo de necesidades pero incapacitándola a la vez de recurrir a la ayuda de otro familiar porque se le hace consciente de que otro no tiene por qué mantenerla.
La violencia institucional es aquella que proviene de grupos e instituciones que supuestamente deberían ayudar a la mujer y en lugar de esto provocan un reforzamiento y una revictimización de la situación de maltrato con la que venía de antes agravando sus consecuencias. Dentro de las mismas se encuentran los servicios zonales, los CDR, la policía, el sistema penal, la comunidad de vecinos, etc.
Las mujeres soportan estas formas de violencia no de manera aislada, casi siempre el maltrato físico viene acompañado del psicológico. Aunque es menor el número de mujeres que no trabajan y son mantenidas por sus maridos, la violencia económica persiste en el no reconocimiento social del trabajo doméstico que se realiza en el hogar, como trabajo; y en la persistencia del modelo según el cual las mujeres gastan todo su salario en función del cuidado de los familiares, alimentación, y otras necesidades mientras que los hombres solo emplean una parte de los mismos para estas tareas y el resto se lo quedan para cubrir gastos personales. A muchas de estas mujeres les ha tocado además soportar la indiferencia de social, dado que en nuestro país se ven los asuntos privados y de pareja como un espacio donde no se debe intervenir así esté en juego la vida de un ser humano.
Muchas personas no pueden entender por qué las mujeres siguen dentro del marco de la violencia, continúan conviviendo con el agresor y no ponen fin a su historia de maltrato.
Y esto tiene su explicación en que todas estas combinaciones de diferentes formas de violencia incluyen además el confinamiento de la mujer dentro del espacio privado haciendo que corte las relaciones íntimas de amistad con familiares y amigos/as por miedo al agresor, y que cuente dentro de un espacio afectivo reducidísimo con el único contacto humano de su victimario, a través del cual intenta realizarse como persona, complacer sus gustos para no desencadenar ninguna molestia que repercuta en nuevas formas de hechos maltratantes. Es incapaz de darse cuenta de que el victimario siempre encontrará la excusa para descargar sobre ella cualquier malestar provocado o no por su acción, “justificado” por el alcohol, alguna droga, por psicosis, ya cada vez más descartada; el agresor hombre se siente en posesión de un objeto que le pertenece y sobre el cual puede hacer su voluntad, tal vez transfiere hacia la misma, la historia de maltrato que presenció en su infancia, porque la violencia es aprendida.
Otros elementos que explican cómo las mujeres maltratadas prefieren seguir viviendo con el perpetrador, son los síndromes entre los cuales se encuentran el "Estocolmo" y de "Superman y Cenicienta". El primero hace referencia al instinto de supervivencia que hace que estas mujeres en defensa propia se unan más al maltratador llegando a solidificar el afecto que sienten por él así como intentar conseguir el amor del mismo para evitar el maltrato. El segundo hace referencia a como estas mujeres se ven a sí mismas insignificantes en comparación con su pareja, al cual otorgan un grupo de poderes aplastantes y subyugantes al mismo tiempo.
Las mujeres se encuentran entonces dentro del ciclo cerrado que cada vez se va estrechando hasta reducir su diámetro a una pérdida más peligrosa que todas las que sufrieron antes y es la pérdida de sí mismas. El ciclo de la violencia ocurre en diferentes fases conocidas como la de acumulación de tensión, agresión, y luna de miel. Cada ciclo que se repite va recortando el período de tiempo de la acumulación de tensión, extendiendo el de las agresiones, y minimizando el de la luna de miel hasta simplemente hacerlo desaparecer enfermando a la mujer gravemente incluso provocando su muerte.
Pero antes del primer empujón violento o bofetada, las mujeres dejan pasar, por no advertir como peligrosas, otras formas de violencia más aceptadas social y culturalmente que las va haciendo vulnerables a otras formas más cruentas. Dentro de la combinación amor, respeto y roles asignados las educan para dejar de ser para sí mismas y empezar a ser para los otros. Muchas acostumbradas al machismo, al patriarcado, no ven mal que sus maridos no las dejen usar determinado tipo de ropa, escojan sus libros, sus amistades les prohíban visitar determinados lugares o personas, muchas hasta saltan de felicidad cuando les proponen que no trabajen porque ellos pueden mantenerlas, para que sean las reinas de la casa. Y se van quedando reinas del fogón, apagadas y asombradas del primer ataque físico.
Sin embargo, parece haber consenso en ir dejando de tratar a las mujeres subordinadas mediante las distintas formas de violencia en términos de víctimas. Porque es un término que clasifica a la mujer en una postura pasiva, de que ya no queda nada por hacer, de que haga lo que haga por revertir su situación siempre será recordada como la víctima. Recordemos que estas mujeres se han perdido a sí mismas, y el primer paso hacia la ruptura con la situación de violencia es el autoreconocimiento por parte de estas de que están viviendo con un problema y que lejos de ser solo las víctimas, tienen que recuperar el sentido de la responsabilidad sobre ellas mismas, lo que quiere decir que tienen que empoderarse, y eso no significa que lo tengan que hacer solas, al contrario. Significa que tienen que reconocer su situación ante los demás de quienes se fueron apartando y que son la red social con la que debían haber contado para hacerse fuertes. Porque la violencia no es un problema individual, más bien descansa precisamente en un sistema cultural que pone a los hombres por encima de las mujeres en una jerarquía sexista de asimetrías de poder construida socialmente, y cuya fortaleza radica en su longevidad, y en la creencia sostenida de su carácter natural, de modo tal que la naturaleza “definió” que unas fueran débiles y otros fuertes. Cuando en realidad gracias a los mecanismos de dominación patriarcal, la cultura y sus agentes de socialización, fueron multiplicando de generación en generación las estructuras mentales y las instituciones sociales que reproducen la subordinación, y por tanto la violencia.
Aún cuando encontremos mujeres que golpeen a sus maridos, la violencia sigue siendo patriarcal porque no importa tanto el sexo del perpetrador como las construcciones de género a las que responde en el ejercicio de la misma y estas son, precisamente, de origen patriarcal; de modo tal que algunos estereotipos masculinos como la agresividad se concreten en las personas reales de carne y hueso y puede que en personas de sexo femenino, sin embargo cuando se analiza por qué las mujeres golpean, en los estudios de caso encontramos que casi siempre es en respuesta a una agresión no contra ellas mismas, sino contra sus hijos/as; otras mujeres golpean cuando el hombre no es proveedor de la familia como se espera desde las asignaciones de carácter androcéntrico. Esta respuesta agresiva continúa siendo de origen patriarcal ya que este es el sistema que ordena un estado de cosas donde tanto hombres como mujeres pueden entenderse como víctimas.
Este fenómeno no es un problema individual de cada mujer violentada, no es un problema individual para nada, y por tanto su solución escapa a los esfuerzos individuales aislados. Es necesaria y urgente una articulación sistémica entre los distintos factores involucrados, entre los distintos agentes de socialización con sus diferentes cuotas de poder y de acción, de forma tal que exista un tratamiento coherente y sean menos las contradicciones. Por ejemplo, la familia y la escuela a veces compiten entre sí enfrentado distintos discursos y ejemplos porque participan de cuotas de poder y prestigio muy parecidas, sin embargo los medios de comunicación están en una posición diferente y más privilegiada, llegan a todos y a todas, desde los medios, desde la divulgación del problema se puede iniciar una articulación coherente que acabe por definir en nuestro panorama la forma de esos esfuerzos desconectados: en estudios de casos por un lado y en intervenciones comunitarias por otro.
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