DIFERENTES TIPOS DE MALTRATO EN EL MUNDO CONTRA LA MUJER. ISRAEL
En Israel, el matrimonio, como el divorcio o los entierros, se rige por la ley religiosa judía, dictada por sabios ancestrales y aplicada casi siempre por ultraortodoxos. Las bodas civiles no existen.
Menos impactante, pero mucho más extendido, es el problema de las mujeres a las que sus maridos niegan el divorcio.
Hombres como Meir Briksman, un tipo rubio, de 1,90 de estatura, residente en Jerusalén, judío askenazi (descendiente de los judíos que se asentaron en Centroeuropa en el siglo X). El tribunal rabínico de Jerusalén ha difundido carteles en los que exige a quien se tope con él que le haga el vacío. Que le "impida unirse a una sinagoga, le dé alojamiento o cualquier ayuda" hasta que conceda "incondicional e inmediatamente el divorcio a su esposa", que espera desde hace un lustro.
El proceso de divorcio frente a un marido recalcitrante se torna a veces en auténtico chantaje. A menudo, ellas renuncian a los hijos, a la pensión, a la casa, a todo, a cambio del divorcio. Lo que sea por romper el vínculo conyugal y tener más descendencia, si se tercia. Porque, si una mujer todavía casada tiene hijos con otro hombre, éstos serán considerados bastardos. Una situación que rabinos y mujeres intentan evitar a toda costa. En cambio, si la recalcitrante es ella, la halajá (la ley religiosa) ofrece una salida: el marido puede volver a casarse con todas las de la ley, religiosa, con el permiso de 100 rabinos.
Los jueces rabínicos han decidido dar a Meir Briksman, el jerosolimitano en búsqueda y captura, su propia medicina: él tampoco podrá casarse de nuevo "ni con el consentimiento de 100 rabinos". Es una medida extraordinaria. Rarísima vez los rabinos se ponen así de duros. Sólo el esposo puede romper un matrimonio judío. Si una israelí tiene hijos con otro hombre sin haber obtenido el divorcio, estos serán tratados como bastardos. Grupos feministas piden a los rabinos una relectura de la ley religiosa
Los grupos de mujeres recalcan que la ley religiosa judía, desde hace siglos, y la ley israelí, desde 1995, contemplan sanciones para que el marido cambie de opinión. Tales castigos van desde negarle un entierro judío a retirarle el carné de conducir, la licencia profesional e incluso mandarle a prisión. El drama es que los tribunales rara vez las aplican. Sólo en 38 de los 8.000 procesos de divorcio existentes en 2005 hubo sanciones, según datos de Ruth Halperin-Kaddari, presidenta del Centro para el Avance del Status de las Mujeres de la Universidad de Bar-Ilan. "El motivo es que casi todos los jueces rabínicos son ultraortodoxos nada sensibles con la trágica situación de estas mujeres", explica la profesora.
Imposible saber con exactitud cuántas israelíes renuncian a sus derechos para obtener el divorcio. Una encuesta reveló que 100.000 mujeres israelíes se han visto o temen verse en semejante situación. "Mucha gente cree todavía que este asunto no va con ellos, pero puede afectar a cualquier judía casada por lo religioso", advierte Halperin-Kaddari.
En Israel, un divorcio supone bastante más que la batalla entre un hombre y una mujer. "Aquí es además una batalla entre los tribunales rabínicos y los civiles", según Halperin-Kaddari. Ambos conviven en equilibrio frágil desde la fundación del Estado judío, en 1948. Susan Weiss, del Centro para la Justicia con las Mujeres, coincide con la profesora en que la solución global está en una aplicación más moderna, más abierta, de la ley judía.
Menos impactante, pero mucho más extendido, es el problema de las mujeres a las que sus maridos niegan el divorcio.
Hombres como Meir Briksman, un tipo rubio, de 1,90 de estatura, residente en Jerusalén, judío askenazi (descendiente de los judíos que se asentaron en Centroeuropa en el siglo X). El tribunal rabínico de Jerusalén ha difundido carteles en los que exige a quien se tope con él que le haga el vacío. Que le "impida unirse a una sinagoga, le dé alojamiento o cualquier ayuda" hasta que conceda "incondicional e inmediatamente el divorcio a su esposa", que espera desde hace un lustro.
El proceso de divorcio frente a un marido recalcitrante se torna a veces en auténtico chantaje. A menudo, ellas renuncian a los hijos, a la pensión, a la casa, a todo, a cambio del divorcio. Lo que sea por romper el vínculo conyugal y tener más descendencia, si se tercia. Porque, si una mujer todavía casada tiene hijos con otro hombre, éstos serán considerados bastardos. Una situación que rabinos y mujeres intentan evitar a toda costa. En cambio, si la recalcitrante es ella, la halajá (la ley religiosa) ofrece una salida: el marido puede volver a casarse con todas las de la ley, religiosa, con el permiso de 100 rabinos.
Los jueces rabínicos han decidido dar a Meir Briksman, el jerosolimitano en búsqueda y captura, su propia medicina: él tampoco podrá casarse de nuevo "ni con el consentimiento de 100 rabinos". Es una medida extraordinaria. Rarísima vez los rabinos se ponen así de duros. Sólo el esposo puede romper un matrimonio judío. Si una israelí tiene hijos con otro hombre sin haber obtenido el divorcio, estos serán tratados como bastardos. Grupos feministas piden a los rabinos una relectura de la ley religiosa
Los grupos de mujeres recalcan que la ley religiosa judía, desde hace siglos, y la ley israelí, desde 1995, contemplan sanciones para que el marido cambie de opinión. Tales castigos van desde negarle un entierro judío a retirarle el carné de conducir, la licencia profesional e incluso mandarle a prisión. El drama es que los tribunales rara vez las aplican. Sólo en 38 de los 8.000 procesos de divorcio existentes en 2005 hubo sanciones, según datos de Ruth Halperin-Kaddari, presidenta del Centro para el Avance del Status de las Mujeres de la Universidad de Bar-Ilan. "El motivo es que casi todos los jueces rabínicos son ultraortodoxos nada sensibles con la trágica situación de estas mujeres", explica la profesora.
Imposible saber con exactitud cuántas israelíes renuncian a sus derechos para obtener el divorcio. Una encuesta reveló que 100.000 mujeres israelíes se han visto o temen verse en semejante situación. "Mucha gente cree todavía que este asunto no va con ellos, pero puede afectar a cualquier judía casada por lo religioso", advierte Halperin-Kaddari.
En Israel, un divorcio supone bastante más que la batalla entre un hombre y una mujer. "Aquí es además una batalla entre los tribunales rabínicos y los civiles", según Halperin-Kaddari. Ambos conviven en equilibrio frágil desde la fundación del Estado judío, en 1948. Susan Weiss, del Centro para la Justicia con las Mujeres, coincide con la profesora en que la solución global está en una aplicación más moderna, más abierta, de la ley judía.
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