REALIDAD DEL ABUSO SEXUAL EN LA CARCEL
La realidad del abuso sexual en la cárcel es muy preocupante. Las violaciones pueden ser de una crueldad y brutalidad difícil de imaginar. Las agresiones en grupo son comunes, y las víctimas muchas veces son abandonadas apaleadas, ensangrentadas y, en casos extremos, heridas de muerte .Las violaciones abiertamente violentas son sólo la forma más visible y dramática de las agresiones sexuales entre rejas. Muchas víctimas de violaciones nunca han sentido un cuchillo en sus gargantas. Pueden no haber sido amenazadas explícitamente. Pero han tenido que aceptar relaciones sexuales en contra de su voluntad, en la creencia de que no tienen otra salida.
Una vez que el preso ha sido abusado sexualmente, tanto violenta como coercitivamente, puede verse fácilmente atrapado en el papel de subordinado sexual. A través de la violación, la víctima es redefinida como un objeto de abuso sexual. Prueba que es débil, vulnerable y "femenino" a los ojos de los otros internos. Recuperar la "virilidad" y el respeto de los otros presos puede ser extremadamente difícil. Una vez estigmatizado como violado, el preso se convertirá casi inevitablemente en un objeto de explotación sexual continuada, tanto por parte del perpetrador inicial como por parte de otros presidiarios, salvo que el primero se convierta en su "protector". Un preso en Indiana le contó a Human Rights Watch que: "Una vez violado sexualmente sin que los perpetradores sufran ninguna consecuencia, el violado queda señalado, es un blanco . . . Esto significa que para él se ha levantado la veda". Su violación con toda probabilidad será de dominio público, y su reputación le seguirá si es trasladado a otras áreas del establecimiento e, incluso, a otras prisiones. Como explicaba otro preso: "La palabra viaja muy de prisa en la cárcel. Las comunicaciones clandestinas son extensas. No puedes correr o esconderte".
Los presos incapaces de escapar de una situación de abuso sexual pueden verse abocados a ser "propiedad" de otro preso. Esta palabra, "propiedad", se usa comúnmente en la cárcel para referirse a los presos subordinados sexualmente, y no es una exageración. Las víctimas de violación, en casos extremos, son literalmente los esclavos de los violadores. Además de tener que satisfacer el apetito sexual de otro hombre cada vez que lo exija, también pueden verse obligados a lavar sus ropas, darle masajes, cocinarle la comida, limpiarle la celda e infinidad de otras tareas. Frecuentemente son "alquilados" para satisfacer las necesidades sexuales de otros, vendidos, e incluso subastados entre otros presos; toda una réplica de los aspectos económicos de la esclavitud tradicional. Sus opciones más básicas, tales como la forma de vestir o con quien hablar, pueden ser controladas por la persona que les "posee". Sus nombres pueden ser cambiados por otros femeninos. Como en cualquier forma de esclavitud, estas situaciones están entre las más degradantes y deshumanizadoras que una persona puede soportar.
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