Erase una vez una niña nacida en un hogar conflictivo y disfuncional. Los primeros años de su vida su papá le dió mucha atención y hasta la malcriaba. Sin embargo, según fue creciendo comenzó a sentirse sola, abandonada por sus padres, y un motivo de discordia entre ellos. Sentía que la halaban de un lado para el otro y que tenía que hacer todo lo que le dijeran perfectamente bien, o no la aceptarían ni amarían.
Al llegar a la adolescencia anhelaba la compañía de otras jóvenes como ella, pero su madre le decía que las amigas la llevarían a hacer cosas indebidas y que era mejor estar sola. Así adquirió ella la noción equivocada de que no se puede confiar en nadie y que no existen las verdaderas amigas o amigos. Nunca aprendió a relacionarse con ninguno de los dos sexos.
Fue así que aquella joven se acostumbró a no expresar sus sentimientos ni contarle sus penas o sus alegrías a nadie. Aceptó el sufrimiento que le ocasionaba esto, como algo inevitable que no se puede cambiar. Sin embargo, al tratar de cerrarse al dolor que sentía pasándolo por alto, se cerró también a la capacidad de encontrar, recibir y dar verdadero amor.
Fue por la vida dando y haciendo por los demás, pensando que tenía que ganarse el amor y el respeto de ellos e inclusive hasta el de Dios. Su imagen de El era como la que tenía de sus padres: la amaría y aceptaría sólo en la medida en que le complaciera.
Un día aquella mujer ya madura comenzó a despertar. Se dió cuenta de que nunca había experimentado el verdadero amor ni había sido verdaderamente feliz. Lamentablemente, tampoco había dado ese amor ni esa felicidad. Comenzó a buscar el verdadero amor en sus seres queridos pero tampoco pudo encontrarlo, porque estaban tan heridos como ella o aún más. Inclusive cuando trató de relacionarse con ellos de una forma sana, fue rechazada. Experimentó entonces un vacío muy grande y se preguntó "¿adónde iré a buscar el amor que tanto necesito y a darlo?
Entonces se dió cuenta de que el amor y la felicidad siempre estuvieron a su alcance; que tenía un tesoro adentro que nadie podía quitarle. Aquel tesoro era su dignidad de hija de Dios y el amor que Dios le tiene a cada una de sus criaturas.
Al conocer ese amor por primera vez en toda su plenitud, aquella mujer ya no se sintió sola. Comenzó a valorarse como persona y por tanto ya no podía permitir que la humillaran, abandonaran o maltrataran. Supo que merecía mejor trato, respeto y atención. Comprendió también que el motivo por el cual no los estaba recibiendo no se hallaba en ella sino en otras personas. Ellos estaban muy enfermos, y no eran capaces de darle lo que ella necesitaba. No eran siquiera capaces de cuidar de ellos mismos, de una forma sana. A partir de ese punto llegó a la aceptación y comenzó su viaje hacia la paz y la felicidad. Comprendió que éstas no dependen de las circunstancias, sino de una actitud interior.
Ahora cada día es un nuevo descubrimiento, una nueva ocasión de conocer a Dios y a los demás y de amar y ser amada. Por primera vez, se siente contenta y en paz consigo misma.
Nota: La autora de esta pequeña biografía prefiere permanecer en el anomimato.
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